Todos corrían, el objetivo era llegar de primeras a la única tienda que estaba mínimamente abastecida, mi compañera ya iba hacia allá, yo tenía que primero ir al “hotel”. Doña Eulalia no se había dado cuenta que un gran número de personas desesperadas por poder comprar algo de remesa le llevaban ventaja. Ella casi nunca se aleja demasiado de su casa, que a la vez es uno de los únicos lugares que brinda hospedaje a quienes no viven en Nueva Colombia, vereda de Vista Hermosa, Meta.
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- Doña Eulalia, ya abrieron la tienda ¿no necesita comprar nada?
- Ay mija, gracias por decirme. ¡Loco! ¡Venga rápido loco, contamos la vaina!
Loco es como le dicen a su hijo menor, un firmante de paz de la región, siempre sonriente y amable que corrió hacia donde estaba la adulta mayor que sacaba de su habitación una bolsa llena de pasta base de coca y una gramera. Ella le dijo que contara rápido lo equivalente a $300.000 pesos, con eso podrían comprar algunas cosas básicas para sobrevivir. Parecían eternos los minutos en que, con manos temblorosas, se demoraron haciendo el cálculo. Cada segundo que pasaba representaba que no consiguieran lo más importante: sal, azúcar, panela, manteca, arroz, entre otros productos de la canasta familiar.
Loco corría con dificultad la media cuadra que lo alejaba de la tienda, desde que en el 2017 se acogió al Acuerdo de Paz se había alejado del ejercicio, “pues ya se había matado mucho”. Lo perdí de vista entre la turba de gente. Todas intentando entrar desesperadas a coger algunos víveres. Poco a poco empecé a hablar con los campesinos que con la remesa que ya tenían, esperaban el turno de pagar, pero sin alejarse demasiado de su mercado por el miedo a que alguien más se lo quitara. Ni los primeros en llegar, lograron conseguir todo lo que necesitaban.