Desde la vereda La Reforma, municipio de Puerto Rico, Meta para las y los campesinos es mucho más fácil comprar productos de primera necesidad en La Carpa, San José del Guaviare. Allí el transporte es fluvial, pero como las “líneas” de transporte no son frecuentes, es más fácil movilizarse si se tiene embarcación propia, o pedirle el favor a algún vecino, para generar compras colectivas. La prestadora del servicio fluvial es la empresa el Porteño, que por cada bulto cobra $20.000, lo mismo que cuesta el pasaje de una persona en un solo tramo.

“No, pues si usted tiene cómo pagar el expreso, si va a traer carga, el día que usted quiera ir, va, y si no, pues toca esperar hasta que alguno vaya pa’ que lo lleve a uno, porque día así estable no hay”, explica un habitante del sector.

También acceder a servicios de salud es más fácil desde el departamento vecino, que en su propio territorio. La Reforma es una de las veredas que componen el núcleo de Nueva Colombia, no tiene un caserío como tal, sino que sus habitantes a través de caminos de herradura, comunican cada finca entre sí, y el punto de encuentro suele ser la escuela. No obstante, algunas personas pueden vivir a horas de distancia del propio centro educativo.

“La vía son los caminos. Los niños les toca venir a hora y media a pie desde las fincas (…) O los que tienen caballo, pues los manda en caballo, pero eso arriesgando que al niño lo tumbe un animal”, nos explica Disan Daniel Hueso, presidente de la Junta de Acción Comunal- JAC de La Reforma. Pero peor que el miedo de que sus hijos puedan sufrir alguna eventualidad por el camino, es que el próximo año no tengan la suficiente cantidad de menores para que abran la escuela. “Ahora con lo de la coca que estamos ya pa’ un año que no compran coca, la mayoría de gente en todas las veredas se está yendo, entonces ya niños de la escuela prácticamente no quedan ¿por qué? por el motivo que ahorita la gente ya se está quedando sin recursos (…) Acá en la vereda había como 90 personas y ahorita no quedamos ni la mitad”, explica este líder comunero.

Mientras algunas personas están pensando en qué ocurrirá el otro año con la educación de las y los menores, otras madres lidian con la tristeza de tener que retirar a sus hijos de clase, al no poder garantizar las condiciones mínimas de estudio. “En el momento mi hijo estudia aquí y no estoy diciendo mentiras, no tiene uniforme, no tiene zapatos, no tiene mejor dicho prácticamente útiles escolares porque yo sobrevivo no más de la coca. En el momento no tengo nada más. Entonces me queda complicado y me siento frustrada porque no puedo darle lo que mi hijo necesita”, nos cuenta Amparo Gamba, quien con voz queda nos explica que por ejemplo a su hija mayor ya tuvo que retirarla del colegio, “pues en el momento me tocó a mi hija retirarla del colegio porque no tengo para enviarle efectivo, entonces tengo…la niña la tengo trabajando también en lo que se pueda, por ahí trabajar a donde los vecinos, a donde salga trabajo”.

El mismo temor invade a María Neila Gamba, quien recuerda que pese a las crisis que han atravesado en los últimos 20 años, por lo menos antes podían intercambiar la pasta base de coca por comida. “Era muy diferente porque al menos, cierto, uno por donde iba le cambalachaban la comidita, le cambalachaban la ropita, le cambalacheaban todo lo que uno necesitaba, pero hoy es un problema para uno conseguir una libra de arroz para los hijos” recuerda, añadiendo que precisamente por esa crisis retiró a su hijo de 15 años del colegio y lo tiene raspando coca. También le preocupa que su hijo de ocho años no va a poder terminar la primaria si el próximo año no abren la escuela.

Mientras tanto, entre la incertidumbre se aferran al santo en la que cada una cree, porque no solo deben pedir por alimentación, educación y derechos básicos, sino ruegan para que una emergencia no toque a su puerta, pues no tendrían cómo atenderla. “Uno lo que hace es pedirle a dios que uno no se enferme, ni que se enfermen los niños. porque uno aquí para salir al pueblo se necesita es plata y plata es lo que no hay”, concluye Sandra Albornoz, habitante de La Reforma.