Todos corrían, el objetivo era llegar de primeras a la única tienda que estaba mínimamente abastecida, mi compañera ya iba hacia allá, yo tenía que primero ir al “hotel”. Doña Eulalia no se había dado cuenta que un gran número de personas desesperadas por poder comprar algo de remesa le llevaban ventaja. Ella casi nunca se aleja demasiado de su casa, que a la vez es uno de los únicos lugares que brinda hospedaje a quienes no viven en Nueva Colombia, vereda de Vista Hermosa, Meta. 

    • Doña Eulalia, ya abrieron la tienda ¿no necesita comprar nada?
    • Ay mija, gracias por decirme. ¡Loco! ¡Venga rápido loco, contamos la vaina!

Loco es como le dicen a su hijo menor, un firmante de paz de la región, siempre sonriente y amable que corrió hacia donde estaba la adulta mayor que sacaba de su habitación una bolsa llena de pasta base de coca y una gramera. Ella le dijo que contara rápido lo equivalente a $300.000 pesos, con eso podrían comprar algunas cosas básicas para sobrevivir. Parecían eternos los minutos en que, con manos temblorosas, se demoraron haciendo el cálculo. Cada segundo que pasaba representaba que no consiguieran lo más importante: sal, azúcar, panela, manteca, arroz, entre otros productos de la canasta familiar.Loco corría con dificultad la media cuadra que lo alejaba de la tienda, desde que en el 2017 se acogió al Acuerdo de Paz se había alejado del ejercicio, “pues ya se había matado mucho”. Lo perdí de vista entre la turba de gente. Todas intentando entrar desesperadas a coger algunos víveres. Poco a poco empecé a hablar con los campesinos que con la remesa que ya tenían, esperaban el turno de pagar, pero sin alejarse demasiado de su mercado por el miedo a que alguien más se lo quitara. Ni los primeros en llegar, lograron conseguir todo lo que necesitaban.

Esas provisiones les alcanzarían para algunas semanas haciéndolas rendir, y guardaban la esperanza de que no tuvieran que pasar semanas para que volviera a llegar mercado, pues sobrevivir a punta de yuca, plátano y pescado “era muy berraco”. Dos meses después, al cierre de esta publicación, no habían llegado productos de primera necesidad a la vereda. 

A lo lejos vi a una de mis compañeras, Loco la había dejado encartada cuidándole el mercado, y ella comprendiendo la importancia de la misión encomendada, tenía un ojo puesto en su cámara y otro en las libras de arroz, caja de panela, pasta y productos de aseo.

En el aire casi se podía palpar el desespero entre el calor sofocante. La administradora revisaba el mercado obtenido por sus clientes, escribía todo en su cuaderno y ellos se dirigían hacia Kevin y Chamber, dos jóvenes socios del supermercado, quienes recibían los gramos de coca como pago, después de pasarlos por la gramera. Y así, estas personas que duraron todo el fin de semana esperando que abrieran el supermercado, podían regresar a sus casas, especialmente a las veredas de Caño Cabra, Caño San José y El Silencio. A muchos les esperarían bastantes horas de viaje, ya que los trayectos más cortos no bajan de una hora, especialmente en moto, pero no todos tienen en qué transportarse.

Me alejé de ese angustiante momento, porque me esperaba la línea del Porteño, única empresa que comunica de manera fluvial a estas veredas del Meta y el Guaviare con San José del Guaviare. Antes de irme, tenía que pagar nuestra alimentación a Leisy, una mujer venezolana que desde hace varios años vive en esta región y a quien curiosamente no veía entre la aglomeración de gente.

La encontré en su casa, le pregunté porqué no estaba comprando nada, lejos estaba de esperar que rompiera en llanto, me dijo que no tenía la fuerza de hacerlo, que ir allá le recordaba todas las cosas tristes que tuvo que pasar antes de dejar su país natal, y que su esposo se encargaba de esos menesteres.

Nueva Colombia lo conocen como el corazón del Guayabero, aunque curiosamente no es la vereda de más fácil acceso, si fuera por concurrencia, quizá Puerto Cachicamo o Puerto Nuevo -ambas del Guaviare- podrían ganarse ese título. Posiblemente sea su larga historia de resistencia, que, pese a estar inmersa en dinámicas del conflicto armado, sus liderazgos se han caracterizado por tener apuestas claras de construir paz y luchar por los derechos del campesinado.

Esta investigación surge precisamente de ver las precarias condiciones de vida que empezaban a vivir desde octubre del año pasado sus habitantes. Este año fueron las y los habitantes de Nueva Colombia quienes alzaron por primera vez la voz para decir que había hambre e incertidumbre en la región a partir de la no compra de la pasta base de coca.Actualmente, entre las veredas de su núcleo, es la que menos se ha visto “aporreada” por la migración. Pero sí se han ido algunas familias. Nada más entre marzo a junio del 2023 vimos cómo dos familias que tenían roles activos de liderazgo en el comité de mujeres y en la junta, estaban haciendo maromas para poder enviar de a poco su trasteo en la línea fluvial, muchas cosas las regalaron. Sus casas las vendieron a crédito, es decir, con el compromiso que cuando la situación mejore, les pagarán lo acordado.

Se cree que hace más de 50 años se fundó esta vereda. Jorge Arturo Parrado habría sido uno de los primeros colonos en llegar, lo consideran el fundador de Nueva Colombia. Por ello el que ahora los quieran sacar parece una excusa rebuscada, no entiende porqué los tratan de invasores. Por ejemplo, Raimundo Parrado es un adulto mayor que nació en el Llano, vive hace 55 años en Nueva Colombia; él trabajaba en construcción y después de dejarse convencer por su hermano de habitar esta región, llegó para nunca irse. Lo mismo sucede con Fernando Rojas, de 67 años, quien arribó a esta zona selvática en el año 83, y tiene muy presente cómo se fueron organizando hasta crear la Junta de Acción Comunal-JAC formalmente, empezar a crear el caserío, la escuela y las primeras trochas.

Para algunos de sus habitantes irse ahora en medio de la crisis no es una opción, especialmente para las y los adultos mayores. María Leyton Jiménez, fue mamá y papá para sus hijos, llegó a la región después de ser víctima de desplazamiento y otros hechos violentos en Inirida inicialmente, y posteriormente en Castilla La Nueva. En Nueva Colombia encontró cómo sacar adelante a sus hijas, pero también vio cómo se apagaba la vida de su hijo. Además de tener su cultivo de coca, ella misma raspa y la procesa; trabaja como cocinera en otros cultivos y tiene su propio emprendimiento de venta de arepas, chorizos, pescado y hasta hielo.

“Hay momentos que nos ponemos que no sabemos qué hacer, digamos, falta de recursos, digamos que la economía que usted va a comprar una libra de arroz. Que si aquí traen una libra de arroz aquí no va a valer 1.000 ni 2.000, sino que ya son 3.000, 4.000, y pa’ la situación que estamos es dura. Aquí se quedan…dicen, los que estamos [Risas] somos los guapitos, que estamos por acá porque el que tiene su pasajito, vea, adiós. Los que nos quedamos somos los que no tenemos nada”, nos dice doña María.

Sin embargo, pese a la necesidad, y a que más de un 50% de la población del núcleo de veredas que componen este sector, se han ido, doña María tiene esperanzas de que todo pueda mejorar, y así en ocasiones ella misma esté como una “bolsa rota”, trata de animar a las demás. “Y en veces me pongo yo a hablar con mujeres que también tienen sus hijos y todo y me dicen, ‘yo estoy muy aburrida’, yo le digo, ‘no mujer, toca echar pa’lante, no se aburran porque igual, no se estresen, esto, algún día mi Dios nos dará el sueño o se abrirán puertas por otro lado, pero vamos a echar pa’lante. Y eso es lo que yo le digo a mis hijas, no se desinflen”, concluye.