A La Carpa, vereda de San José del Guaviare en el departamento del Guaviare llegamos después de 10 horas de viaje desde Villavicencio. Al ser fin de semana había varias personas, especialmente hombres, tomando cerveza en las pocas tiendas de este lugar en el que habitan aproximadamente 350 personas representadas en 180 familias.

Es un puerto, por ende, todo el tiempo están llegando y saliendo personas de la región del Guayabero tanto del Meta como del Guaviare, ya sea para buscar provisiones o porque van para San José del Guaviare. El río representa todo, es la puerta de entrada y de salida de sus pobladores y los visitantes, por allí ingresan sus provisiones y los productos que producen para ser comercializados y, al mismo tiempo, el río les trae tragedias, como inundaciones. Por cinco años consecutivos -2018 al 2022- gran parte de sus habitantes lo perdieron todo, mientras también estaban viviendo la crisis de haberse acogido a un programa de sustitución del cual se sienten engañados.

Curiosamente este año el río Guayabero pareció tener piedad de ellos y ellas, así que, aunque era temporada de lluvias, no estaban pensando cómo salvar sus cultivos. Doña Juana Petronia tiene 72 años, es del Valle del Cauca, pero hace 20 años llegó a vivir a esta vereda y durante años ha perdido muchos cultivos por las inundaciones, pero su terquedad o quizá, la necesidad de encontrar cómo sobrevivir, la hizo sembrar nuevamente maíz y este año ya pudo sacar la primera cosecha. La crisis climática es una realidad, las inundaciones afectan la vida del campesinado, especialmente en este territorio en donde el río es una de sus principales fuentes de sustento.

Ese día que conocimos a Petronia estaba remando con fuerza en su potrillo para ir a revisar la carnada, lamentablemente no había pescados. Sabe que en la temporada de lluvias hay que tener paciencia, pero que el río siempre provee. A ella no le da miedo navegar el Guayabero ni, aunque esté “bravo”, porque siempre va con “Dios y la virgen por delante”, nos contó señalando la estatua de la virgen que está en la entrada del pueblo.

La terquedad que parece caracterizar a doña Petronia, es otro rasgo de cada uno de los campesinos y campesinas de esta región que tienen claro que, para salir adelante, depende de ellos mismos. Armando Raúl Antonio, adulto mayor de 64 años, llegó de Caldas hace más de 40 años, cuando se endeudó con el Banco Agrario para cosechar papa, pero lo perdió todo, entonces para poder saldar su deuda terminó viviendo en el Guaviare. Antes de vivir de la coca, probó con el maíz, pero “nos pegamos la encartada”, ya que no era rentable por las largas distancias fluviales que tenían que emprender, y dejaron que se perdiera la cosecha.

Le agradece a la coca porque con eso pudo sacar a sus hijos adelante, hoy son profesionales y trabajan en la ciudad. Pudo comprar su “fundito”, su casa y durante años pudo subsistir de este cultivo considerado de uso ilícito. Pero los ciclos de pobreza que acompañan esta economía, y los fuertes procesos represivos hicieron que se cansara. Recuerda que una vez le cerraron el crédito en la tienda, y a la vez le debía dinero al de la gasolina, cuando fue a pagarle este le dijo que comprara remesa primero y luego arreglaban, la mandó a traer de San José del Guaviare y quedó sorprendido con lo que podía ahorrar. “Encargué una remesita y ahí me di cuenta que al comprar uno de contado en San José y al venir a pagar uno aquí fiado la misma remesa, eso salía uno pagando como tres veces más. Entonces, en ese tiempo unacaja de panela valía 36.000, 35.000 y aquí se la metían a uno en 72.000, 80.000. Eso fiado o cambalachado eso era lo mismo”, recuerda.

Su segundo momento de reflexión vino cuando después de sembrar plátano, empezó a venderlo a sus vecinos y a ahorrar lo suficiente para montar un cultivo de maracuyá, y estaba muy contento porque le había ido bien, pero el producido se lo gastó el cultivo de coca; justo después llegó el Ejército en una jornada de erradicación y le cortó gran parte de su plante. Por eso cuando llegó el Programa Nacional Integral de Sustitución de Cultivos Ilícitos-PNIS, no dudó en acogerse, ya estaba cansado de “chimbear con ilícitos”.

No obstante, lo que pareció una fuente de esperanza, se convirtió en un dolor de cabeza. “Eso se demoraron harto, como año y medio se demoraron pa’ darnos [Risas] esas chichiguas, también entonces eso nos pegaron una tumbada (…) Llevamos 70, 74 reuniones. Imagínese [Risas] cuando le den algo a uno, no le pagan ni siquiera el tiempo que se ha gastado uno en esas reuniones. Porque una reunión de esas es casi de todo el día, porque eso es unas polémicas las tenaces”, recuerda don Raúl con risa amarga, pues esos años fueron duros, a nivel individual y colectivo.

A nivel personal don Raúl tuvo que también aguantar que año tras año el río se le llevara el plante con el que trataba de resurgir, “uno trabajaba con la moral de ‘no, este año inundó, pues el otro año es el de nosotros’, y volvía y vueltiamos y vuelta hijuemadre y como tocaba esperar de todas maneras hasta que el río mermaba pa’ uno poder sembrar. Sembrar en agosto y no alcanzaba a salir la cosecha y vuelve y, vuelta y se inundaba”.

Pero como comunidad no solo lidiaban con el río, sino con la crisis que llegó cuando el PNIS les falló. “Una crisis, lo que se entiende pesada, pesada que yo creo que había gente que si desayunaba no almorzaba y si almorzaba no comía porque no había qué. La única, aquí la única que nos salvaba era en la temporada seca el río y una laguna que hay aquí abajo, ese es el sustento de la familia”, nos explicó don Raúl. Además, el ser zona de puerto no parecía de gran ayuda cuando sus vecinos estaban lidiando con sus propios demonios.

El año 2020 y parte del 2021 fueron épocas llenas de enfrentamientos por las acciones de erradicación forzada que adelantó el gobierno Duque en la llamada guerra contra las drogas. Así mismo, el exmandatario implementó la Operación Artemisa, la cual buscaba frenar la deforestación, pero se concentró en atacar al campesinado desde el 2020 hasta mediados de 2022. Por último, en el 2021, el campesinado del sur del Meta, Guaviare y Caquetá se unieron al Paro Nacional, y durante varios meses estuvieron en Villavicencio exigiendo que se les garantizaran sus derechos para vivir dignamente. Esto hizo que los ingresos percibidos del comercio en la vereda La Carpa fueran realmente escasos.

La agricultura se convirtió en el ingreso principal del campesinado, y en menor medida la ganadería, aunque, para sus habitantes falta mucho para considerar a La Carpa como zona lechera o ganadera, pues por ahora solo tienen bovinos para la subsistencia.

Algunos de sus habitantes consideran que, pese a todo, sí han ido avanzando, ha habido mínimamente inversión estatal, sobre todo en la última administración tanto municipal como

departamental, pero que la mayoría de equipamientos urbanos como la caseta, el polideportivo -y esperan que el próximo puesto de salud-, han sido construidos mediante gestión con ONG’s y cooperación. La construcción de este nuevo puesto de salud es fundamental en esta vereda, ya que, la mayoría de habitantes de esta región llegan a recibir atención de emergencias y/o o cuando presentan síntomas de enfermedades endémicas, como el paludismo y similares; pero su ubicación, ha representado que en épocas de lluvias antes de que sus habitantes salven sus propios enseres, tengan que correr a salvaguardar los elementos valiosos del centro médico, “cuando se inundaba nos tocaba corra saque esos equipos, guárdelos en una casa. Muchas cosas se dañan”, recuerda don Honorio Suárez, tesorero de la junta de acción comunal.

Esto hace que La Carpa sea un lugar de paso para quienes vienen migrando del Meta debido a la crisis cocalera, pues para buscar algo estable deben irse para las ciudades, para otros departamentos, o probar suerte en fincas ganaderas del Guaviare. Algunas personas como Ana Milena Reyes, llegan de veredas como Caño Cabra, Vista Hermosa, Meta, con el propósito de quedarse, toda su familia vive en la zona, y aunque no puede trabajar pues su bebé tiene menos de un año y no es tan fácil encontrar quién lo cuide, se siente segura de tener el centro de salud cerca -durante su embarazo le dio paludismo- y su esposo ha tenido trabajo, así que esperan poder salir adelante.